Desde la posición de alguien que ha estado bregando con los sentimientos y reacciones de músicos, profesionalmente durante 45 años: ¡seamos racionales! Es bueno tener una vida emocional involucrada; no es bueno basar las decisiones que dirigen la vida en impulsos arbitrarios y prejuicios; en una palabra, irracionalidad.
Pero la razón sólo llega hasta ahí, aunque sea un largo camino. Para viajar más allá se requiere un salto en la oscuridad; en una palabra, fe. Quizá sería mejor expresado, entonces, como un salto en la luz. La fe no es superstición, ni una inversión en un dogma; más bien, una participación experiencial e involucramiento en un proceso creativo informado por el Amor: una acción fundada en una disciplina, vía o práctica. La creencia es personal, lo que sostenemos. La fe es impersonal, y nos abraza.
Para un joven, aspirar a ser un estándar mundial como guitarrista sin tener oído ni sentido del ritmo, es profundamente irracional; un gran salto en la oscuridad. Además, seguir ese objetivo requería la aplicación de la razón, y mucha práctica.
Todos los libros de texto eruditos, en las –logías e –ismos de las varias formas de emprendimientos musicales, no nos preparan realmente para cuando la Música se inclina y susurra a nuestros oídos, y nos da su confianza. Cuando tenemos un contacto directo con los impulsos de la Musa, los libros densos son de utilidad para darle forma al relato de nuestras experiencias, situándolas en un más amplio contexto musical, cultural y de vida social; pero no tanto para explicar la mecánica de cómo y por qué la música, el Vino del Silencio, entra en nuestras vidas.
La música involucra los sentimientos, y es quizá el mejor lenguaje disponible que tenemos para expresar la vida de los sentimientos. Quizá, con el tiempo, pasemos de creer en el poder de la música a tener fe en la benevolencia esencial de la Música.
La razón es principalmente una actividad cerebral, y se entiende mejor con el mundo fenoménico, lo que está disponible para la investigación sensorial; y se detiene ante lo nouménico. Tanto el mundo condicionado como el incondicionado (de los hechos y valores) son necesarios, para que se pongan juntos en acción; lo cual no debería ser tan difícil – porque no están separados. Podemos analizar las sonoridades de la música y sus formas de organización – frecuencias y estructura – pero para entrar en la cualidad de la musicalidad, se requiere algo más; y esto implica al corazón.
Nuestra dificultad práctica es la naturaleza fragmentada del ser humano: estamos separados en nuestro propio interior, desafinados, fuera de tiempo, discordantes. Entonces, esto se vuelve una cuestión práctica: ¿cómo logramos la armonía personal? Esta pregunta se puede tratar de forma razonable.
2013